Carta de Su Santidad Alejandro IX
A la Iglesia de Francia.
Queridos hermanos en Cristo Jesús:
Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y Verdadero hombre nos dio el Evangelio a fin de que lo transmitiéramos a toda nación, a toda lengua, a todas las gentes.
La Iglesia en Francia debe lucha a diario contra el modernismo, pero también contra el falso tradicionalismo. Debe luchar contra la Gran Ramera de Babilonia, pero también contra aquellos que son sus cómplices, aquellos que dicen ser católicos pero que reconocen al Anticristo Ratzinger como Papa legítimo en vez de denunciarlo como usurpador. Finalmente, existe un tercer grupo, enemigos a veces, aliados otras los tradicionalistas franceses que desconocen la Obra de la Dios por medio de la Iglesia que está en paz y comunión con Nos, Alejandro IX. Este tercer grupo se divide entre los sedevacantistas y los seguidores de algún antipapa que por allí aún pervive. Los últimos son herejes y deben ser dejados de lado, corresponde como hasta ahora se ha hecho el mantener la comunicación suficiente para amonestarlos y traerlos al redil de Nuestro Señor, con cuidado, no sea cosa que se infiltren en la Iglesia y quieran contaminarla con sus doctrinas perniciosas, enemigas de la Verdad. Respecto a los sedevacantistas, es necesario como siempre tener cierto diálogo, porque de entre ellos hemos surgido nosotros, porque predican la verdad, pero niegan la existencia del Papa esperando aún que se elija a aquel que ya ha llegado. Conviene entonces, queridos hermanos que continuéis vosotros convirtiendo a los sedevacantistas como hasta ahora. Invitadlos como hacéis a las conferencias, visitadlos, buscad el diálogo pro sin nunca disimular que nosotros sabemos que la Sede no está vacante, antes bien, Pedro tiene sucesor en Nos.
Nos hemos sido informados de la gran labor que se ha realizado en Francia, de cómo la Iglesia ha crecido, principalmente por el trabajo conjunto entre el clero y el pueblo cristiano. ¿Existe acaso algo mejor que ello? Si algo nos enseñó la crisis que implicaron los años del Concilio fue aquel problema en el cual nos vimos cuando el pueblo admitió todas las herejías emanadas del Conciliabulo por el sólo hecho de que autoridades oficiales (oficiosas) las promulgaban. El pueblo se desentendió de la verdad, pero ahora no ocurre lo mismo, ahora tenemos otra situación, ahora nosotros, tenemos a un pueblo que conoce la doctrina, que la enseña a sus hijos, tenemos un ejercito de sacerdotes que saben muy bien que es la Verdad y que es la Mentira y debemos mantener esta unidad pase lo que pase, cueste lo que cueste.
Los obispos en Francia deben saber que cuentan con todo Nuestro apoyo, las medidas que se adoptaron contra aquellos sacerdotes que habían salido de nosotros, pero que nunca fueron de los nuestros tienen completa aceptación de parte Nuestra. Deben ser expelidos de manera inmediata aquellos que introduzcan doctrinas nuevas o sospechosas de herejía y si son plenamente heréticas no debe perderse ni un minuto de tiempo: el hereje no forma parte de la Iglesia, está excomulgado por su mismo pecado y delito. La reciente salida de un grupo de sacerdotes no debe ser vista con dolor por los obispos, al contrario, deben sentirse reconfortados, porque las denuncias que realizaron los fieles demuestran hasta que punto la Gracia está entre los fieles de Francia. El dolor de los obispos, de los superiores es comprensible, pero también es admirable las acciones valientes que realizaron a fin de cortar el mal de raíz y de inmediato, más todavía en un país donde muchos son enviados a estudiar en nuestro Seminario Internacional. Cuando en Australia se dio, por la época de nuestro amado predecesor León XIV de Feliz memoria, una situación similar se intentó una solución por medio de paternales amonestaciones: del superior del seminario, del vicario episcoal luego, del Obispo más tarde y finalmente del mismo Papa. Pocos se atrevieron en aquel momento en decir cual era la solución: intervención del seminario, confiscación de todos los libros, interrogatorio a todos y a cada uno de los seminaristas y profesores y expulsión inmediata de los que adherían a la herejía. Las consecuencias de haber perdido tiempo son conocidas y hasta hoy existen: los que debieron ser expulsados terminaron yéndose por sí mismos, llevándose consigo bienes de la Iglesia y fundando en Hobart una suerte de monasterio, consiguieron se les consagrara un obispo y finalmente contactaron con aquel heresiarca que es el Padre Sebastián Fernández, enemigo de la Iglesia de Dios. En Francia fue tal la rapidez que los infiltrados no tuvieron tiempo de actuar: sorprendidos en su pecado fueron enviados a las parroquias y separados en calidad de ayudantes, creyendo que serían premiados, cuando se los recibió se les notificó que habían sido expulsados del seminario y se les entregó la carta de excomunión firmada por SER Cardenal Raphaël Auguste de la Compasión.
No sólo confirmamos estas acciones como justas y necesarias, sino que además cuentan con nuestra completa y total bendición.
Sabemos que el pueblo cristiano de Francia tiene grades pruebas, el Señor ha decidido probar a quienes son fieles y quienes están infiltrados, corresponderá a los cristianos verdaderos denunciar públicamente a aquellos que son traidores de la Iglesia en esta hora tan importante. Los sacerdotes deben continuar, como hasta ahora con su trabajo: en las parroquias, en las misiones que se van levantando día a día. Nos llegan informes y noticias, cada vez más numerosas de ciudades donde se erige primero un centro de Misa y luego una capilla, un priorato o directamente, como fue el caso de Limognes una parroquia. Ha sido nuestra decisión, además, previa consulta con la Curia el traslado del Arzobispo Primado a la ciudad de C. Ferrand, circunstancia que ya había sido tratada previamente por la delegación francesa que visitó la Santa Sede los días 22 al 28 de octubre.
¡Cuantas noticias felices llegaron de Francia! ¡Que alegría dio a nuestro corazón saber que esta nación heroica con un pueblo cristiano estaba luchando, más que nunca por la restauración de la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo! Es por ello que no podemos sino recordarlos en nuestras oraciones de una manera más ferviente, así como también agradecerle a Dios por manteneros en la Gracia.
Sin más Nos despedimos de Vosotros, recordándolos en nuestras oraciones.
ALEXANDER IX
Dado en Villa María
A los 14 días del mes de septiembre del año MMXI de Nuestro Señor,